Historia de Vicálvaro | Capítulo I, Los orígenes

La localización del pueblo

Sabiduría popular en la utilización de los recursos naturales

Independientemente de la fecha exacta de aparición o desaparición de los poblados, podemos hacernos una idea del aspecto que tuvieron la aldea y sus alrededores a finales de la Edad Media, y fijarnos especialmente en la localización de los pueblos.

La mayoría de la tierra de Madrid está localizada en un tipo de terreno que los expertos llaman arcosas, que están mayoritariamente compuestos de arenas (y algo de arcillas) procedentes de la disgregación de la Sierra y su rampa. A medida que nos aproximamos hacia el sur, las arenas gruesas se hacen cada vez más finas y, en un momento dado, aparecen unos materiales cuyo origen no es el simple arrastre provocado por las lluvias, sino que, por su finura y naturaleza química, reaccionaron entre sí (hace millones de años, claro está) dando lugar a suelos con componentes distintos de los de las rocas serranas, es decir, gredas, arcillas de todo tipo y yesos.

Vicálvaro, al igual que Madrid, está situado exactamente en la frontera de ambas formaciones geológicas y en el borde de uno de los lomos en que dichas arcosas se dividen, dominando los terrenos llanos circundantes por todos los lados menos por uno que es, justamente, el eje del lomo o cuerda y por el que, a modo de cordón umbulical, se trazan los caminos fundamentales para ambas poblaciones.

Elegir un lugar adecuado para asentar un pueblo era vital para los antiguos, pues el desarrollo de la técnica en general y de la medicina en particular no bastaba para contrarrestar las consecuencias negativas de una ubicación errónea. Afortunadamente nuestro ancestral «Alvar» tuvo buen ojo. En las Relaciones de Felipe II lo confirman: «... Este dicho lugar de Vicálvaro es tierra templada, ... no es de sierra, ni montañosa, ni áspera y por razón de estas calidades a el parecer es tierra sana». Y también: «... la cabsa porque se ha aumentado [la población] ha sido por ser pueblo sano a su entender».

Contemplado el corte del terreno de asiento del pueblo podemos observar varias cosas:

a) El punto más singular de todo el pueblo, el borde del rellano del lomo, está ocupado por el edificio más singular: la iglesia de la Antigua. El siguiente rellano (menos pronunciado), por el Ayuntamiento; este último sitio, sin embargo, está más alto y es el primer punto llano si accedemos al pueblo por la vaguada de la calle del Barquillo, en vez de cortar el lomo por su eje. Hay, pues, un cierto «empate» entre el poder civil y el eclesiástico en la elección de los sitios mejores.

b) Hacia el norte, la loma principal (divisoria de aguas de los ríos Manzanares y Jarama), protege algo del cierzo. En esta ventosa localización se alzaría el molino de viento, donde está hoy el barrio que heredó su nombre.

c) Por debajo del pueblo, en las faldas de la loma y en los tres puntos cardinales, del lado «de fuera» (quitando el Oeste, que es el de la propia loma), estaban las tres fuentes que han surtido al pueblo desde tiempos inmemoriales (San Juan, al Norte; San Pedro, al Este y San Jorge, al Sur).

Los veneros que dichas fuentes explotaban eran el resultado de la filtración de las aguas, que se colaban por la arenosa capa superior del terreno y tropezaban con «lentejones» de arcillas (impermeables) que las hacían aflorar.

d) Las ermitas, el cementerio, el cuartel, el depósito de aguas y la emisora de Aviación ocupan, a su vez, puntos singulares en los altos: son cotas máximas absolutas o relativas, o puntos de inflexión del terreno, todos ellos dominando el entorno.

e) El pueblo sólo se ha extendido mínimamente hacia abajo; su eje de crecimiento ha sido la calle Real (antes camino Real de Madrid), es decir, el eje del lomo.

Sólo la industria y el ferrocarril han necesitado los terrenos completamente llanos del Este.

Los que estuvieron en medio de los llanos del Este fueron los de La Torre: es más que probable que esta fuese una de las causas determinantes de su desaparición. Estaba dicho poblado en una zona de las que llaman endorreicas. Esto quiere decir que el agua no circula, quedándose estancada casi toda en ella, lo que produce encharcamientos abundantes con la aparición de tifus, malaria y pulmonías. A la presencia de los topónimos Charco Alto, El Charcón y La Charquilla (dos veces) hay que añadir la creación en este hondo (tan fértil una vez saneado) de la Dehesa, que gozaría de pastos frescos casi todo el año.

Ambroz, sin embargo, era un pueblo geográficamente gemelo del nuestro: un horcajo asomado a Levante, con vaguadas al cierzo y mediodía y la cuerda hacia Poniente.

Para finalizar este punto, en el que hemos descrito someramente los condicionantes geológicos de la localización del pueblo, sólo queda hablar del aprovechamiento de las rocas que aparecen en la mitad oriental: yesos, rocas calcáreas, sepiolitas y aguas minerales. Los primeros ocupan el extremo oriental del pueblo: dada la mala calidad de las tierras y su lejanía, estuvieron hasta el siglo XVII baldías, de monte; luego se labraron, pero compartiendo el uso agrícola con la extracción del yeso: hoy lo recordamos gracias a la calle denominada «Canteras de Tilly», inicio del Camino que hacia allá iba.

Las rocas calcáreas, al pie del pueblo, sirvieron para que se instalase la primitiva fábrica de cemento («ayudada» por el ferrocarril, claro está). Este yacimiento era muy pequeño y hace años que se agotó, pero la fábrica continúa.

Las sepiolitas son una de esas arcillas raras que surgen en el contacto entre las arcosas y los materiales evaporíticos del fondo; durante siglos pasaron inadvertidas, pero en estos momentos son la base de la principal industria de Vicálvaro, mediante la explotación de la veta en el cerro de Almodóvar (hoy agotada) y en San Cristóbal y Ambroz. Desmontando amplias extensiones de terreno, es el mayor movimiento de tierra en muchos kilómetros a la redonda.

El último aspecto, casi sólo testimonial, corresponde a las aguas minero-medicinales. Este tipo de fuentes aparecen casi exclusivamente en los terrenos de materiales evaporíticos, en los cuales existen sales que, disueltas en el agua, confieren a ésta sus propiedades. La Fuente Amarguilla (cuyo nombre ya indica la presencia de sales), que sigue manando junto a la Casa de los Monteros, asomada al Jarama, no fue nunca, que sepamos, aprovechada con fines medicinales. Sin embargo, el manantial de San Paulino dio pie al establecimiento de «Villa Juana», en explotación en 1925.

La importancia de sus aguas («bicarbonatadas mixtas, ligeramente litínicas»), debió de ser muy escasa. Floreció sólo por la moda de toma de aguas que imperó en nuestra sociedad a finales del siglo XIX y principios del XX. No hemos encontrado a nadie que recuerde dónde estuvo este establecimiento, cuya temporada era del 1 de junio al 30 de septiembre: ¡Veraneantes en Vicálvaro!, ¡algo insólito!

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