Historia de Vicálvaro | Capítulo II, La edad media

Pan, vino y toros

El potencial cerealístico del término de Vicálvaro está reconocido desde hace mucho; sin embargo, es oportuno recoger documentos, como los anteriores, que nos hablan del otro gran cultivo: la viña. En toda la tierra de Madrid, la viña ocupó mucho más terreno en la antigiedad que ahora. A ello contribuyeron varias causas; a nuestro juicio la principal fue el sistema económico en el que se daban conjuntamente una economía de autoconsumo importante y unas dificultades para el transporte mucho mayores que en los siglos XIX y XX; además, antes de la difusión extensiva del abonado, cuando una tierra era mala y floja, su corrección era problemática o casi imposible y se dejaba para viñedo.

Como hemos visto, el segundo documento de la historia de nuestro pueblo es la compraventa de un majuelo, situado en lo que luego se llamarían Viñas de Abajo. Las Viñas de Arriba estaban en la cuesta del Ansar («Cuesta Lansa» en los planos actuales) y en el Cerro del Moro hasta San Cristóbal. En 1578 aparece una «Viña del Judío» cuyo interés es más bien sociológico, al ser casi la única cita de este grupo social en Vicálvaro. Pero no sólo se producía uva, sino que se elaboraba vino «de exportación». En efecto, al citado Alonso del Mármol le concedieron entrar en la villa «sus tinajas de vino que tiene en Vicálvaro de sus viñas de su cosecha, e juró que no ay otro mezclado con ello». De lo cual se deduce que había quien, sin ser de la Tierra de Madrid, introducía vino en la villa, usando «hombres de paja» que lo presentaban como suyo; en caso de sospecha, al Concejo le bastaba la palabra de honor del caballero.

En el año 1500 repite la operación y también en el mes de julio. Se ve que iba preparándose para vaciar la bodega para luego llenarla con el mosto del año.

En la economía agraria integrada que se practicaba en aquellos tiempos, la oveja entraba a los panes y a la viña después de la siega o la vendimia para aprovechar el rastrojo y la hoja, respectivamente, sin tener que pagar nada. Esto estaba claramente reglamentado. En la reunión del Concejo de Villa y Tierra del 11 de octubre de 1501 «se dio licencia a los Concejos de Vicálvaro e Canillejas e Majadahonda que tienen peticion para comer sús viñas, obligándose conforme a la ordenanga...».

Sin embargo, parece claro que el cereal era la ocupación mayoritaria del suelo. Y este cereal, que para los de aquí sobraba, siempre se llevó a Madrid. Esto era normal y no sólo para Vicálvaro, sino para todas las aldeas de su alfoz rural; porque Madrid tenía su propia dezmería con bastantes tierras de labor, pero no podía abastecer a toda su población, compuesta en un gran porcentaje por no-campesinos. Ahora bien, una cosa era dar de comer a la capital comarcal, de la cual se recibían muchos bienes y servicios (apoyo fiscal y jurídico, comercio especializado, profesionales liberales, préstamos bancarios, etc.) y otro dar de comer a la Corte de las Españas y al gran cúmulo de funcionarios que tras ella llevaba.

Como es bien sabido, la Corte de Castilla no tenía sede fija durante la Edad Media: iba itinerante de acá para allá, adónde los Reyes estimaban conveniente su presencia; tampoco las Cortes se reunían en un sitio fijo. En Madrid se habían reunido en varias ocaciones desde que lo hicieran por primera vez en 1309, en tiempos de Fernando IV. Pero con los Trastámaras la situación empezó a ser preocupante: desde que se encapricharon con el cazadero de El Pardo, cada vez pasaban aquí temporadas más largas. Enrique IV fue el primer Rey que murió en Madrid en 1474; aquí también dio a luz su mujer a la princesa Juana, etc.

Esto significó la obligación de incrementar el abasto de harina y pan, para lo cual se hacían «repartimientos», es decir, asignación de cupos obligatorios para cada aldea. El primero de que tenemos noticia fue en octubre de 1497:

«Acordose repartir por los lugares de la Tierra harina, por la necesidad que en esta Villa hay...
Xetafe cinco dias, que traya cada dia quince hanegas.
Rejas, ginco dias, cada dia diez hanegas. Vicalvaro, cinco dias, cada dia diez hanegas. Alcorcón, tres dias, cada dia cinco hanegas. Vallecas, dos dias, cada dia cinco hanegas»

Es decir, que si puntuamos de cero a diez en «proveedores de pan de la villa y casi-corte» habría 25 aldeas «no presentadas» (las que no están en la lista); una, Getafe, con sobresaliente, un 10; dos con notable, Rejas y Vicálvaro, con un 6,5, y dos suspensos, Alcorcón y Vallecas. ¡No está mal! La verdad es que para los paisanos la cosa era una bicoca: la mercancía colocada segura y a buen precio, habida cuenta de la baratura del transporte. Pero esto llevaría a una presión demasiado fuerte para labrar todo tipo de tierras, cuyas consecuencias negativas se verían más adelante.

En el repartimiento de septiembre de 1501, Vicálvaro sigue estando en segunda línea detrás de Getafe y casi a la par que Rejas. Sin embargo, en este repartimiento aparece un factor singular, inicio de una tradición artesanal que hoy en día, casi quinientos años después, se sigue manteniendo: la panadería.

Porque no sólo le tocaron cincuenta fanegas de harina, entre Vicálvaro y Ambroz, sino también veinticinco cargas de pan ya cocido. Es de suponer que además de estas entregas compulsivas, el comercio tenía lugar también en circunstancias normales. Vicálvaro entraba así en el cinturón industrial madrileño (del cual ya no saldría nunca), pues exportaba productos manufacturados (el pan), con su valor añadido, en vez de materias primas O semielaboradoas (trigo y harina).

La verdad es que la escasez de fuentes energéticas de Vicálvaro siempre ha sido un problema. Una parte importante de la renta se quedaba en la molienda: los agricultores de toda la zona debían acudir a moler al río Jarama, pues está claro que los reguerillos del término no daban para mover ni las junqueras. El «Camino del Molino de Torrejoncillo» se cita desde 1478; por él iban, por Santa María de Agosto los labradores de Ambroz, La Torre, Vallecas y Vicálvaro con sus mulas y por él volvían después de haber dejado su buena maquila al conde de Barajas, dueño del tal molino.

La trilogía castiza la cierran los toros. En 1497 a un vicalvareño le cupo el honor de ser seleccionado como ganadero para un festejo regio. Se tiene noticia de ello, porque el Concejo acordó el 18 de enero de 1499 (¡agilidad administrativa!) pagarle lo que le debían del festejo:

«Acordaron los dichos señores que, porque el año pasado de noventa e siete se trujo un toro de Bernaldino de Lara de Vicálvaro para las alegrías de venida de la princesa; el dicho toro se hirió de un bote de lanza e porque alegó que se murió de la dicha herida... se acordó que diese informacion dello a Fernando Ruiz e Fernando Garcia, e con ellos provó haverse muerto de la herida, mandáronle... librar, sobre lo que uvo del cuero, mill e quinientos maravedís...»

Esto demuestra que en aquellos «salvajes tiempos» la muerte del astado podía ser un accidente y no una necesidad, como en nuestra «civilizada época».

En el día de Santa Ana de ese mismo año hubo fiesta en Madrid y también fue un hierro vicalvareño el elegido: el de Bernardo Dávila al que se abonaron 2.234 maravedís «por quel cuero e la carrne se dió a [l convento de] San Francisco», mientras que Lara solo cobró 1.500 porque había sacado más del pellejo del animal.

El Concejo de la Villa protegía la ganadería de la Tierra obligando a que las reses para lidiar procediesen de ella. Los dos ganaderos vicalvareños y Alonso de Juan García (de Ambroz) figuraron entre los diez proveedores seleccionados en los treinta o cuarenta «corridas» que se dieron en la Villa entre 1486 y 1501. ¿Dónde pastaban estos animales? En el punto siguiente echaremos una ojeada al necesario complemento de toda economía rural en la antigúedad: la dehesas y los montes.

Historia de Vicálvaro