Historia de Vicálvaro | Capítulo V, El siglo XVIII

El resurgir de las haciendas

El rápido incremento en cadena de población, precios y rentas agrarias, iniciado hacia la mitad de la centuria, motivó un crecimiento del interés de toda la sociedad por la agricultura; ello, unido al espíritu ilustrado, dio como consecuencia que la infraestructura técnica (transportes, etc.) rural, así como la superestructura (leyes, conocimiento, etc.) correspondiente, contaran con mejoras apreciables.

En nuestro término, el caso más espectacular fue el de La Elipa. Con él se podría ejemplificar, en cierta manera, el desarrollo histórico del país. A una ocupación nebulosa y mítica, tras la Reconquista, sigue la consolidación del mayorazgo semifeudal; casi dos siglos después, en poder de una Orden Religiosa con su secuela de caos y abandono y, al final, en el siglo XVIII, su recuperación. La familia de los Lujanes había recuperado la posesión del estado a finales del siglo XVII, pero fue en 1713 cuando el Corregidor don Juan Francisco de Luján y Arce se tomó el interés necesario para rescatarla de la situación en que la había dejado la orden de San Jerónimo.

Reconstruyó la casa, plantó alamedas, jardines, frutales, un olivar, recompuso la noria, reorganizó el cultivo y los arrendamientos, devolviendo la lozanía a aquél término. Empleamos esta palabra, pues, al tener jurisdicción independiente en aquella época, no formaba parte del de Vicálvaro, aunque, posteriormente, con la desaparición del sistema señorial se incorporase íntegramente a nuestro término municipal. El empleo de la palabra estado para referirse al conjunto de posesiones de un título nobiliario fue corriente durante todo el Antiguo Régimen. En el caso de La Elipa las resonancias feudales del vocablo tienen un pintoresco fundamento: Manuel Rodríguez (vecino de Madrid), arrendatario de la posesión en 1716, estaba obligado a llevar semanalmente «una cesta de ensalada» a la casa de los Lujanes de Madrid.

A pesar de estar lejos del pueblo, la mayoría de los arrendatarios de las tierras de secano de esta posesión (unas 230 fanegas) eran de Vicálvaro; Felipe Muñoz, Andrés Pinilla y Manuel Rodríguez aparecen durante este siglo como tales. No ocurre así con la huerta, pues nuestro pueblo nunca tuvo tradición al respecto.

En 1691, el anterior titular del mayorazgo y señorío, D. Diego Esteban de Arce y Astete (marido de D.* Teresa-Juana de Luján y Zúñiga y padre del Corregidor) había solicitado el título de conde o marqués de La Helipa (sic). No sabemos exactamente en qué fecha lo consiguió, pero fue durante este siglo, ya que el titular del señorío aparece en 1800 como conde de la Helipa.

Ya que estamos hablando de predios que se convirtieron luego en barrios, es el momento de hablar de La Concepción. Lo que hoy día se conoce como barrio de este nombre no estuvo nunca en el término municipal de Vicálvaro, que acababa, en este tramo, en la carretera de Aragón; pero ello ha sido por azar histórico, puesto que del lado de acá de dicha carretera también había muchas «tierras de la Concepción», pues tal es el origen del nombre: eran fincas propiedad del convento de la Concepción Francisca.

Por los apeos de dichas tierras efectuados en 1724 y 1790, sabemos que las 29 fanegas que poseían estaban en el ángulo noroeste, en los alrededores de lo que luego sería cementerio de la Almudena y al norte del barranco de Valdelacierva (junto al actual asentamiento gitano).

En el documento de 1790 hace aparición D.Manuel López Dicastillo, que aportaría a la reciente historia de nuestro pueblo el más conocido de los títulos de la localidad: el de conde de la Vega del Pozo. Por estas fechas era regidor (concejal), y representó los intereses del pueblo en el acto del apeo; otros vecinos realizaron tareas más humildes, pero no menos imprescindibles: Martín Mocete y Félix Pérez, apeadores (peritos conocedores del terreno), y Damián Sanz, azadonero.

Esta propiedad era más bien pequeña. Pero pasemos ahora del extremo «occidental al oriental de nuestro término para ver qué ocurría por estas fechas con otra gran hacienda: la de Tilly. La designaremos con este nombre porque es el más conocido recientemente, aunque, durante el siglo XVI, el mayorazgo mantenía el mismo nombre que tuvo desde su fundación en el siglo anterior: mayorazgo de Duarte. Fue en 1793 cuando los detentadores del citado mayorazgo obtuvieron permiso para segregar estas tierras del resto de sus propiedades, que estaban en Andalucía. Por estas fechas aún no existía la casa, y las tierras no debían parecer demasiado interesantes, pues «a pesar de haberse publicado diferentes veces a las puertas del juzgado y en Gazeta y diario la subasta de ellas... en los últimos 36 años, no encontraron comprador».

Se tasaron por fin las 263 fanegas que ocupaba el «pedazo grande» en 92.920 reales, calculándose su renta anual en unos 2.000, -es decir, muy poco dinero. Apareció un comprador, D. Narciso de Heredia-Spínola, conde de Ofalia, al cual no pareció preocuparle la escasa renta, pues debía de tener bastantes más posesiones; entregó a cambio siete casas en Ecija. Sin embargo, a pesar de que el terreno cayó en estos días en manos de la familia citada, hasta 1823 no apareció el nombre con que hoy se conoce el pago. Fue a través del casamiento de Dª Narcisa de Heredia y Cerviño (hija del anterior) con D. Miguel Arizcun y Tilly, nieto del marino y III conde de Tilly. Este fue el que construyó la casa, cuyas ruinas aún pueden verse, redondeó la finca comprando otras parcelas y comenzó a explotar con intensidad las canteras de yeso que en ella había, canteras que han dado nombre a una de las calles de Vicálvaro.

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